sábado, 17 de mayo de 2008

PERIODISMO E INTERNET


"A la gente le encanta diagnosticar la muerte de los periódicos. Creo que es ridículo. Los medios tradicionales sólo tienen que darse cuenta de que el mundo de Internet no es un enemigo. Es más: es su tabla de salvación, siempre y cuando sepan adoptarlo con valentía". (Arianna Huffington, directora de un sitio web norteamericano, el "Huffington Post").

"Si usted ama el periodismo, tiene que amar el tener más herramientas a su disposición y más interacción con su audiencia y la próxima desaparición de las tradicionales restricciones de tiempo y espacio. Nunca ha habido mejores tiempos para ser periodista". (Mark Briggs, autor de "Journalism 2.0." y profesor de la Universidad de Seattle, actual subdirector adjunto para noticias interactivas del peródico "Tacoma News Tribune").

"Los medios han de modificar la manera en que informan e incorporar nuevos métodos y tecnologías. Ésta ya es una buena razón para hacer mejor periodismo. Tienen que arriesgar e innovar. Incluso de un fracaso se aprenden lecciones. Para ser más competitivos, los medios tienen que ver lo que están haciendo sus audiencias en la red".( Dan Gillmor, director del Center for Citizen Media de la Universidad de Berkeley (California)).

(Quedan incorporadas estas opiniones al amplio caudal de reflexiones y consideraciones que tendrán hoy lugar en todas partes, con motivo del Día Mundial de Internet).

viernes, 16 de mayo de 2008

STALIN Y LA PIANISTA




A veces la invención de la realidad, que es el subtítulo de Mi Siglo, supera la ficción y mezcla sus límites con la verdad, entregándonos auténticas historias que bien podrían figurar como argumentos de novelas.


"Una noche Stalin escucha por la radio el concierto nº 23 de Mozart interpretado por la pianista Maria Yudina y ordena que le traigan el disco al día siguiente para volver a oirlo. Consternación: era en directo y no se había grabado ningún disco. El disco no existía. Se llama a un primer director de orquesta que se esconde enseguida, un segundo director que se desmaya, un tercero que acepta temblando. En resumen, todo el mundo queda aterrorizado menos Yudina, mujer intrépida que adoraba a los gatos y se santiguaba antes de sus conciertos. Al amanecer el disco está grabado y Stalin, maravillado, envía un premio de 20.000 rublos a la pianista, que le responde:

-¡Ofreceré este dinero a mi iglesia y rezaré al Señor para que perdone sus pecados contra nuestro pueblo!

Evidentemente se dispone de inmediato una orden de arresto contra la intérprete pero Stalin no dice nada y Yudina, al fin, queda a salvo.

Pero quizá lo más extraordinario de esta historia - termina el relato - es que Stalin quisiera oir el concierto nº 23 de Mozart".

Todo esto lo cuenta en un francés cadencioso Marina Vlady o en un inglés perfecto Alexandra Stewart leyendo el texto de Chris Marker para la película "Un día en la vida de Andrei Arsénevich" que Marker dirigió en 1999. En ese interesante film ( la historia real de Stalin se enlaza aquí con el programa de mano de la representación de la figura del "Inocente" del "Godunov" de Mussorgski y su comparación con lo ocurrido con Yudina) se repasa la existencia entera de Andrei Tarkovski y se mezclan imágenes e intimidades de la última enfermedad del gran director, su filmografía, música original, enlaces y revelaciones curiosas. Como cuando Boris Pasternak, por ejemplo, se le apareció a Tarkovski - como así lo confesó él - y le anunció que rodaría siete películas. "¿Solamente?", le preguntó el director ruso. "Solamente" - le contestó Pasternak -."Pero serán buenas". Esas siete películas - sin contar los trabajos primeros de Tarkovski - fueron "La infancia de Iván", "Andrei Rublev", "Solaris", "El espejo", "Stalker", "Nosthalgia" y "Sacrificio".

Siete en total antes de que Rostropóvich en 1986 le despidiera en una iglesia de París con los acordes de Bach.

(Foto: "El espejo" de Tarkovski)

miércoles, 14 de mayo de 2008

1968: PARÍS, MÉXICO, PRAGA, MONTEVIDEO





1968 prosigue de actualidad.


Ayer, en una amplia rueda de prensa internacional en 1050 Radio Uruguay, programa que conducía Nelson Caula reuniendo testimonios de diversas partes del mundo - México, Montevideo, Madrid, desde donde yo hablaba para comentar la "revuelta" parisina de mayo - intercambiábamos opiniones y enfoques y nos preguntábamos por qué precisamente en 1968 se agruparon tantas agitaciones - especialmente estudiantiles - en muy distintos países. Sin duda eso merece un estudio más reposado. Hablábamos también de muertos. Si 1968 fue escenario de la matanza de Tlatelolco en México y de los muertos en Montevideo, el mes de mayo en París sólo arrojó, felizmente, un muerto, y no precisamente en la capital francesa. Los heridos sí fueron abundantes en aquellas semanas y quizá uno de los que se me han quedado más en la memoria fue aquel cuerpo ensangrentado que llevaba en brazos el Premio Nobel de Física, Jacques Monod, abriéndose paso entre las barricadas del Barrio Latino en la madrugada del 11 de mayo, como cuento en mi libro en la respectiva crónica de ese día.


Hablamos también en la larga tertulia radiofónica de ayer del entonces prefecto de París, Maurice Grimaud, que el 20 de mayo tomó nota de las reuniones que al más alto nivel y a partir de las once de la mañana tuvieron lugar en el Palacio del Elíseo. Tales notas, que yo recojo en este volumen de crónicas, revelan los movimientos realizados por De Gaulle con respecto a la policía francesa en aquellas jornadas.


"El General - escribió Grimaud - quiere hablar con los reponsables del mantenimiento del orden. Está furioso de verdad. De Gaulle, sin escuchar a nadie y sin demasiados preámbulos, se lanza, con cierta mala fe:


- En cinco días se han perdido diez años de lucha contra la bellaquería. ¡En cinco días hemos vuelto a los peores tiempos de la politiquería! Es cierto que hace seis años - es decir, desde que Pompidou es Primer Ministro - no se ha hecho nada. No se ha previsto nada. Todo el mundo se ha contentado con vivir al día...¡Ay! ¡Cuando yo ya no esté, esto será un desastre...!


Tras estas generalidades, expone su plan.


-Esto ya ha durado demasidado. Es la "chienlit", la anarquía. No se puede tolerar. Tiene que acabarse. He tomado una decisión. Hoy se evacuará el Odeón, y mañana la Sorbona.


Se dirige luego a Georges Gorse:


- En cuanto a la ORTF, retome usted el control de la situación. Eche a los agitadores a la calle y listo.


Pompidou no se deja impresionar. Explica al General, sustancialmente, que para llevar a cabo una política de orden, se tendría que disponer de suficientes fuerzas del orden. Pero ahora que las huelgas se han generalizado en toda Francia se ha hecho evidente una seria carencia de efectivos. Sin ir más lejos, ayer hubo que tomar veinte escuadrones de la policía parisina y enviarlos a procincias.


(...)


Pero no sólo en la Sorbona tienen mala opinión de los CRS. Christian Fouchet insiste en lo que ya ha dicho Pompidou:


-Mi General, tenga en cuenta que las fuerzas del orden están traumatizadas. No se pueden reemprender operaciones policiales generalizadas en el Barrio Latino.


(...)


Y además la prensa no es precisamente amable con la policía. De Gaulle se impacienta.


-Bueno, Fouchet, hay que darle a la policía lo que está pidiendo: ¡aguardiente!


Pompidou, imperturbable:


-Mi General, hemos pensado en ello, en efecto. Hay todo un conjunto de medidas en preparación...


De Gaulle:


-Muy bien, ¡que se apliquen inmediatamente! Aparte de esto, confirmo mis instrucciones: primero el Odeón y luego la Sorbona.


Y luego, dirigiéndose de nuevo al Ministro de Información:


-En cuanto a la radio, hay que instaurar el control sin perder un instante: expulse a los agitadores y sea usted el jefe de su propio negocio. Y dígales a los periodistas que yo he declarado: "Reforma, sí; "chienlit", no. Tome buena nota y dígaselo".


A pesar de lo que afirmó De Gaulle hasta treinta y cuatro días después - el 14 de junio - la policía no cercó el Odeón y se dispuso a ocupar los locales. Días más tarde ocurrió lo mismo con la Sorbona.


De todo esto hablábamos ayer una serie de contertulios en Radio Uruguay. De los muertos en los sucesos de distintos países aquel 1968 y del muerto en Francia aquel mes de mayo. Hablamos también de Maurice Grimaud, el hombre que tomó las notas de esta reunión a la que me refiero del 20 de mayo. El día precisamente - o mejor dicho, la noche - en que los estudiantes en la Sorbona recibieron, entre otros, a Pierre Bourdieu, Marguerite Duras y Jean-Paul Sartre.


Faltaban apenas diez días para que la "revuelta" desapareciera.
(Foto: uno de los "grafittis" aparecido en las calles de París)






martes, 13 de mayo de 2008

ELOGIO SENTIMENTAL DEL ACORDEÓN



ELOGIO SENTIMENTAL DEL ACORDEÓN


¿No habéis visto, algún domingo al caer de la tarde, en cualquier puertecillo abandonado del Cántábrico, sobre la cubierta de un negro quechemarín o en la borda de un patache, tres o cuatro hombres de boina que escuchan inmóviles las notas que un grumete arranca de un viejo acordeón?

Yo no sé por qué, pero esas melodías sentimentales, repetidas hasta el infinito, al anochecer, en el mar, ante el horizonte sin límites, producen una tristeza solemne.

A veces, el viejo instrumento tiene paradas, sobresalientos de asmático; a veces, la media voz de un marinero le acompaña; a veces, también, la ola que sube por las gradas de la escalera del muelle, y que se retira después murmurando con estruendo, oculta las notas del acordeón y de la voz humana, pero luego aparecen nuevamente y siguen llenando con sus giros vulgares y sus vueltas conocidas el silencio de la tarde del día de fiesta, apacible y triste.

Y mientras el señorío del pueblo torna del paseo; mientras los mozos campesinos terminan el partido de pelota, y más animado está el baile en la plaza, y más llenas de gente las tabernas y las sidrerías; mientras en las callejuelas, negruzcas por la humedad, comienzan a brillar debajo de los aleros salientes las cansadas lámparas eléctricas, y pasan las viejas, envueltas en sus manteos, al rosario o a la novena, en el negro quechemarín, en el patache cargado de cemento, sigue el acordeón lanzando sus notas tristes, sus melodías lentas, conocidas y vulgares, en el aire silencioso del anochecer.

¡Oh la enorme tristeza de la voz cascada, de la voz mortecina que sale del pulmón de ese plebeyo, de ese poco romántico instrumento!

Es una voz que dice algo monótono, como la misma vida; algo que no es gallardo, ni aristocrático, ni antiguo; algo que no es extraordinario ni grande, sino pequeño y vulgar, como los trabajos y los dolores cotidianos de la existencia.

¡Oh la extraña poesía de las cosas vulgares!


(Pío Baroja: en "Paradox, rey")
A veces hay que mirar el Cantábrico desde estos textos.
(Foto: puerto de Guetxo)

lunes, 12 de mayo de 2008

LA ABEJA Y EL OJO



¿Hay algo nuevo bajo el sol? Cuando uno recuerda en la novela francesa de hace unos años las sensaciones visuales que describía Robbe-Grillet o Claude Simon, las sensaciones auditivas trasladadas al libro por Nathalie Sarraute - es decir, el gran ojo fijo del primero de ellos o la gran oreja de los rumores de la última con sus tres famosos puntos suspensivos que intentaban alentar e hilvanar las frases -, uno toma el microscopio y se acerca ahora a observar a esta abeja que permanece quieta detrás de la lente.

"Habiendo de describir la abeja con todos sus miembros, comenzando primero por la cabeza - escribe Francesco Stelluti en 1630 -, la cual en la parte superior muestra la osamenta repartida como en una calavera humana, plumosa, pues tiene en lugar de pelos plumas, como las de los pájaros; hacia el cuello son más abundantes: y son de color blanquecino, tirando a amarillo. De las tres partes de la cabeza, dos están casi del todo ocupadas por los ojos, que son bastante grandes y ovalados, con la parte más aguda por la banda inferior de la cabeza. Son peludos, y los pelos están dispuestos en ajedrezado, o bien a modo de retícula, como son los ojos de los otros insectos que vuelan, que parecen reticulados. En torno a ellos se ven las pestañas de pelos gruesos de color de oro: pero no tienen movimiento, haciendo únicamente un círculo en torno al ojo. Entre uno y otro ojo, hay dos cuernos móviles articulados, llamados antenas por Aristóteles, situados sobre la nariz, cada uno de los cuales nace de un globulito blanco como una perla, sobre el cual hay otro semicircular y de color rojizo: sigue luego un artejo largo de color gris oscuro, y a continuación otro artejillo rojizo, por donde la abeja pliega el cuerno; y luego a continuación otros nueve artejos uniformes, también de color gris oscuro, con unos pelos blancos muy diminutos".
Al final, Stelluti - este miembro de la Academia que está leyendo este libro de la naturaleza, las lecciones visuales que le va dando poco a poco la abeja - concluye así:
"Queda la espina o aguijón, llamada por los latinos aculeus, que está dentro de la parte extrema de dicho cuerpo unido a un intestino, tierno y de color blanco. En su comienzo, donde está unido con dicho intestino, es gruesecillo; pero luego se va estrechando y adelgazando poco a poco hasta el final, terminando en una punta agudísima, como se ve en el dibujo, que se ha querido sea exactamente del mismo tamaño con que nos lo representa el microscopio. Y esto es lo que hemos podido observar con nuestra mucha fatiga, estudio y diligencia en torno a un animal tan maravilloso, cuya forma, y la de cada uno de sus miembros aquí descrita, mejor se podrá conocer en la figura aquí impresa".
El ojo y la oreja del lector en cierta novela moderna - "le nouveau roman" como se le ha llamado -, las sensaciones antes que las significaciones, disfrutarían encontrando antecedentes en el siglo XVll. El ojo de Stelluti mira el ojo de la abeja y el ojo de la abeja se deja mirar - y narrar - al otro lado del cristal.

domingo, 11 de mayo de 2008

"LA ETERNIDAD Y UN DÍA"



Ayer en una playa griega, cerca de Uranúpolis, donde Theo Angelopoulos está rodando la escena final de "La eternidad y un día". No la estuvo rodando ayer, sino que lo hizo hace ya diez años, pero he rebobinado la cinta de la memoria y he marchado despacio hacia el agua caminando al lado de este gran director, el autor de "La mirada de Ulises" y de "Eleni".

Cubierto con su gorra, enfundadas las manos en los bolsillos de la cazadora, Angelopoulos se deja filmar por Lambridis, que va recogiendo nuestras miradas y nuestras conversaciones en este documental, "El final de una eternidad", una confidencia sobre el oficio del cine.

- "Tengo formas de crear rígidas - me dice -, soy muy instintivo. Quiero decir que las cosas tienen lugar en mi cabeza y a veces no hay conciencia de esto. En realidad, la escena no está del todo clara, se forma, se "llena" durante el rodaje. De ahí los cambios que introduzco. Necesito ver cómo se hacen las cosas para cambiarlas, para intervenir".
Mientras hablamos y marchamos cerca del agua, al borde de la orilla, Angelopoulos va indicando a los actores que deben bailar un vals que no es precisamente un vals al final de la película, sino una danza lenta y onírica, un baile en el que todas las parejas, sin dejar de bailar, deberán mirar a los ojos a Bruno Ganz, el protagonista del film.
-"Muchas veces utilizo frases de poetas en mis películas - me sigue explicando Angelopoulos -. Son cosas que me hubiera gustado haber dicho yo. Y en un momento dado las descubro. Descubro que alguien las ha dicho justo como yo quería decirlas. Y entonces no tengo ningún problema en incorporarlas como parte del diálogo porque son diálogos. Los poemas son diálogos. Son calles, son caminos que alguien encuentra en su interior o da con ellos en algún otro lugar como si estuvieran escritas por él mismo".
Suena la música de Eleni Karaindrou, una música envolvente, circular, un tono emocional que a veces parece tener un origen romántico y barroco.
- "Mira - prosigue Angelopoulos -, el director es el que imagina, no el que ve. Ver cosas puede hacerlo cualquiera, y tendrá criterio y razón, posiblemente. El tema es cómo imaginas una cosa. A veces pienso que es cuestión de tiempo. Debo decir que mi primera película la hice muy seguro, pero que muy seguro, y a medida que avanzamos -sonríe - me vuelvo inseguro".
Bailan el vals que no es vals todos los actores al lado del agua, esa lenta danza onírica con la que envuelven vidas y las giran despacio antes de que Bruno Ganz pronuncie:
-"Una vez te pregunté: ¿cuánto dura el mañana? Y me respondiste: "La eternidad y un día".
Pero aún el actor insistirá:
-"¡No te he oído!".
Y escuchará una vez más, a lo lejos, que le dice la mujer despidiéndose:
-"¡La eternidad y un día!".
(Fotos: imagen de "La eternidad y un día"; el director de cine Theo Angelopoulos).