viernes, 4 de enero de 2008

VIAJE DE LOS REYES MAGOS



Un frío caminar el que tuvimos:
justamente el peor tiempo del año
para un viaje, y cuán largo viaje;
hondos caminos, tiempo crudo,
el rigor del invierno.
Irritados, rebeldes, aspeados,
se tendían los camellos en el fango y la nieve.
(...)
Todo esto pasó hace ya mucho tiempo,
recuerdo,
y lo haría otra vez; mas notad esto,
notadlo bien esto:
¿Hacia qué fue la guía de aquel largo camino?
¿Hacia Nacer? ¿A Muerte? Porque hubo un Nacimiento,
tuvimos evidencia; no hubo duda.
Yo había visto nacimiento y muerte,
los creía distintos; pero este Nacer fue
dura, amarga agonía para nosotros, igual que Muerte,
nuestra muerte.
Al cabo nos volvimos hasta nuestros países,
a estos Reinos,
pero ya sin reposo, sin hallarnos a gusto en el orden antiguo,
entre gentes extrañas, con las manos tendidas a sus dioses.
¡Bien quisiera otra muerte!
T. S. Eliot.-"Viaje de los Reyes Magos" (1932)

jueves, 3 de enero de 2008

MIL HISTORIAS


Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos nos cuentan y contamos historias pequeñas o grandes, retazos de historias, diálogos de otros que a su vez comunicamos a través de otros diálogos, confidencias, rumores, desahogos, diminutas historias transcendentales que cuentan los hijos a sus madres al salir del colegio, historias breves en el correo electrónico, historias morosas, complicadas, telefónicamente retorcidas entre matices, tonos y alientos de la boca al oído, historias crispadas y desoladas de despedidas y rompimientos, historias entre tazas de café que nos narran una vez más cómo ocurrió el reencuentro, historias rápidas en esquinas desapacibles, historias radiofónicas, historias televisivas, el Estado nos cuenta a su vez sus historias y los gobiernos nos las redactan en leyes que influyen en nuestra historia personal y con ella bajamos las escaleras, cruzamos las calles, conducimos automóviles, nos van contando mientras avanzamos la última historia sangrienta que ha empezado en el mundo y que aún no tiene desenlace, al entrar en las oficinas y al salir de ellas dejamos y al mismo tiempo nos llevamos todas las historias que hemos oído por los pasillos y los despachos con su cortejo de nombres, apellidos, enfermedades, humor, azar, carcajadas, agobios, sorpresas, y cuando volvemos a casa nos esperan en la caja televisada las historias que nos intentan llevar hasta las compras y la cinta publicitaria cargada de historias deslizantes que nos depositan poco a poco en el sueño, y aun dentro del sueño es muy posible que mezclemos irrealidad con realidad en una nueva historia onírica que asciende y desciende por pesadillas y rompecabezas con todo el lastre que dejaron las historias del día, un día pleno de voces y de gestos.
Esto escribí en mi libro, "El ojo y la palabra". El ojo, mientras tanto, miraba en derredor conforme la palabra contaba sus historias y mi palabra, cruzándose con la palabra amiga, notaba que mi ojo se reflejaba en el ojo del otro.

martes, 1 de enero de 2008

ENERO EN ROSALES


Estas primeras pisadas del año procurando no resbalarse con las hojas del calendario me llevan siempre a una feliz soledad, alejado ya de las bengalas y de los brindis. A veces se necesita este tiempo, el silencio de los pasos meditados, o quizá hablar quedamente con alguien amigo, con un libro, como hago esta mañana de enero con Juan Ramón Jiménez por el madrileño paseo de Rosales.
-" Se van, se van, se van todos - me va diciendo Juan Ramón mientras camina - . Mediodía azul, azul, azul, casi sin oro, de un sol azul. Y se queda solo el alto paseo grande, con su acercada sierra de blancos y azules cristales amontonados, cubos de luz sombría al tanto sol. Y lo que parece que se queda solo - y que es todo- es la sierra".
(Yo voy pensando que acabo de empezar un nuevo año). Pero Juan Ramón prosigue:
-"¡ Y ahora, al mediodía de invierno, sola! - me dice mirando a esa Sierra - . Todos están ya comiendo, entre palabra, vino, humo -¡qué mareo!- en sus casas ciegas, calientes y cerradas. Y yo, que no le quito a la sierra, ni ella a mí, la soledad, estándome, hondos mis ojos, del tamaño de ella, la miro, la miro, la miro y casi la acaricio con mi mano, sin hambre de comida ni frío de estufa; y ella, encima de mí ya, me mira, me mira, me mira, libre, mía y blanca".
Se detiene y me pregunta al pasear en qué año estamos, si es ya 1915, el año en que escribió estas cosas que ahora leo.
-No, Juan Ramón. - le corrijo andando con él por Rosales - . Acabamos de entrar en 2008.
Y él se detiene otra vez sorprendido, y me mira, y luego mira al fondo el sol azul del paseo , y a lo lejos la Sierra.